4 de enero de 2015

Entrevistamos a Tanya Kane - Parry

Buenas tardes, Tanya.
– Buenas tardes.
Bueno… Le queríamos preguntar primero un poco sobre su origen. ¿Siempre tuvo clara la vocación de hacer lo que está haciendo ahora?
– No, para nada. Para nosotros los americanos, es tradición en las escuelas hacer musicales. Entonces yo, desde que era niña, tocaba el piano, cantaba, bailaba, hacía teatro… Aunque para mí no era una cosa muy seria. Vengo de una familia muy intelectual. Por eso yo pensé que tenía que decantarme por las ciencias políticas para cambiar el mundo. Aún así, entrar en la universidad y empezar a estudiar política me aburrió mucho. Y pensé que eso no era para mí, y dejé de estudiar. Entonces traté de estudiar otra cosa; aunque tampoco me gustó. Mi madre me dijo que necesitaba terminar mis estudios, y yo sabía que tenía razón, pero no sabía qué quería hacer; todo me aburría. Entonces ella me dijo “Me da igual lo que estudies. ¡Quiero que te den un diploma, y que emprendas una vida, ya! Vete fuera. Estudias eso de… teatro. A ti te gusta el teatro”. Yo le dije que ese no era un estudio serio, pero a ella le daba igual. Por eso, entré en los estudios de teatro de la universidad y de repente era todo muy difícil y… ¡muy interesante! y quedé alucinada de cosas que no sabía, de cosas que me interesaban porque eran difíciles. Mi madre me dijo que yo no podía ser actriz; que yo debía dirigir, mandar.  

Y… ¿qué pasó? Unos años después de ser actriz, trabajando en Europa, viajando para aquí y para allá, volví a los Estados Unidos y me aburrí de ser actriz. Entonces pensé que mi madre tenía razón, que ser actriz ya me aburría y que necesitaba dirigir. Y fue ahí cuando pasé a ser directora. El actor tiene que pensar en lo que está haciendo en cada momento; pero el director debe pensar en toda la obra, en qué quiere decir al público. El actor no tiene que pensar tanto en el público, no es su problema. Pero el director es para el público; nada más. Entonces para mí era una cosa mucho más interesante: “qué decimos tras el arte, tras el teatro”. Para mí, dirigir una obra es una manera de provocar una discusión sobre un asunto. Yo no quiero mostrar nada, yo quiero provocar algo; provocar una discusión. Quizá sea muy personal, quizá sea de teoría, quizá sea política; cada cosa es diferente. Por eso cada producción me interesa. Yo siempre empiezo una obra con la misma pregunta que a mí me interesa. ¿Por qué hacemos esto?, ¿qué quiere decir esto?

Además del teatro, ¿qué otras inquietudes o hobbies tiene?
– Me gusta dedicarme a los animales, ayudarles. Hace veinte años o más empecé salvando el primer perro. Poco a poco me dedicaba mucho más a esto. De hecho, soy vegana porque no creo que tenga derecho a matar a nadie, y me dedico mucho a los derechos de los animales. Que claro, está también ligado con los derechos de las mujeres, los derechos de los inmigrantes… Los derechos de los que no tienen poder. Para mí, mis acciones y mis hobbies, están siempre ligados a mis propias filosofías.

¿Cómo fue el proceso de formación? ¿Tuvo el apoyo de sus familiares, amigos…? ¿Tuvo que sacrificar algo? ¿Le ha compensado?
– Hombre, ser artista es sacrificarlo todo. No hay tiempo para la familia, para una pareja, para los amigos, no hay tiempo para las navidades, no hay festivos, siempre estás en los ensayos. Estás siempre buscando un próximo proyecto. Siempre sin dinero; nunca sabes lo que vas a hacer. El teatro exige una dedicación completa. Y si no estás preparado para este sacrificio, busca tu pasión; porque para mí nunca ha sido un sacrificio. Lo he hecho siempre porque hay otra cosa más importante para mí: el arte. Aún así, mis amigos se enfadaron, mi familia se enfadó… Aunque bueno, a mí el arte me da una felicidad total. Y finalmente, ellos lo entendieron o sino, no son mis amigos.

¿Ha tenido momentos de crisis? Y... ¿Cómo los ha superado?
– Hombre, cada día. Cada día es un momento de crisis. [Risas] Sí, claro. Estuve en Europa tres años al volver de los Estados Unidos en una crisis muy, muy fuerte; porque estaba muy centrada en otra manera de trabajar en el teatro que es mucho más física, mucho más visual, un poco más inteligente. En Estados Unidos el teatro es más comercial, y yo me sentí muy triste. Por eso pasé a ser directora. La segunda crisis se debió al hecho de ser directora durante muchos años pero nunca tener dinero para ganarme la vida haciendo teatro de vanguardia. Después de diez años tratando de ganarme la vida haciendo arte, me encontré en un momento de estrés increíble y decidí cambiarla para poder sobrevivir, para poder pagar la renta, para comer, para no tener tanto estrés. Para ello busqué ser profesora. Pero no profesora a tiempo completo, sino tan solo ser profesora un año, nada más. Un curso para tener dinero para pagar la renta y continuar con mi vida profesional. Pero para ser profesora tuve que dejar mi profesión y volver a los estudios. Además, estaba en un momento en el cual mi carrera como profesional estaba subiendo como la espuma, pero en una dirección que pudiera hacer mucho más teatro comercial, el cual no quería hacer. Entonces encontré un programa de maestría que en vez de tres años me dejaron hacerlo en dos y me pagaron por enseñar mientras estaba estudiando. Así lo hice gratis, aunque tuve que irme fuera de Nueva York, dejar mi compañía de allí y toda mi vida... Después, la idea era volver a Nueva York, enseñar un curso, continuar con mi profesión... pero finalmente en la Universidad de Los Ángeles me ofrecieron un puesto a tiempo completo, y como no tenía dinero, acepté para estar allí dos años, pensando después volver a mi profesión.  Sin embargo, entré y me dieron mucha libertad. Me apoyaron mucho para que yo pudiera ser artista al mismo tiempo y finalmente me dijeron que si me quedaba tendría un trabajo para toda la vida. Además de eso, me di cuenta de que a mí me encanta enseñar, quiero mucho a los alumnos, quiero mucho a los que quieren aprender, quiero ayudar... Y entonces, ¿qué pasa? Dedico mucho tiempo a mis alumnos y, a veces, incluso más que a mi profesión. Por ejemplo, mientras estoy viajando por Europa, cada día estoy charlando con ellos por e-mail, por skype...

¿Cómo afrontó su primer trabajo de puesta en escena como directora?
Ser directora fue como llegar a casa. El  primer día pensé “¡oh!, ya estoy en casa, aquí es donde debo estar”. Muchas veces, aún a día de hoy, algunos me invitan a participar como actriz en un proyecto y aunque no me guste, pienso que es un amigo y que necesita ayuda... entonces, lo hago.

¿Cómo es el proceso de crear una puesta en escena? ¿Qué pasos sigue para crear sus espectáculos? ¿Cómo lo organiza?
Hay un impulso, por qué hago una producción, por qué –esto es lo primero–. Lo segundo es con quién. Lo tercero;  dónde. Lo próximo es cuándo, cuánto tiempo; y por último cuánto dinero tenemos. Hay un montón de preguntas en este proceso. A mí, cuando me surge un proyecto, me digo a mí misma: ya sé por qué, ya sé cuándo, ya sé con quién, ya sé cuánto dinero; pero, ¿cómo hacer esta producción para que sea distinta a todas las demás? Cada uno de nosotros tenemos nuestras tendencias, las cosas que nos hacen estar cómodos. En cambio para mí, el arte debe ser siempre un riesgo. Entonces me prohíbo hacer eso que me resulta confortable, esa tendencia; y me obligo a buscar otras maneras de creación de ese producto. Eso es muy difícil porque cuando hay un problema pienso que sé cómo arreglarlo; pero no puedo porque me he propuesto no hacerlo fácil. Por tanto, para mí es siempre una disciplina de empujarme a mí misma. A veces, el producto es horrible porque no tengo las tendencias que me ayudan, pero necesito crecer como artista y a veces para crecer tienes que hacer cosas horribles... Porque sino, te quedas siempre con lo mismo y eso me da mucho miedo. Hay una cosa curiosa y es que ser artista, ya sea directora o actriz es ponerse frente a los demás. Eso implica que la gente va a juzgarte.

¿Qué elige antes: al personaje o al actor?
Al actor. A mí me dan igual los personajes, no me interesan nada; no existen. Son fantasmas de literatura. Hay una persona concreta y es esto lo que me importa.

¿Cuál de sus trabajos ha supuesto un mayor reto para usted? ¿Este trabajo coincide con el proyecto que más ha disfrutado y del que más se ha sentido satisfecha?
- Me surgió un proyecto con un director muy conocido, Richard Foreman, uno de los dioses de la vanguardia con el que trabajé como actriz cuando tenía veinte años. Él cambió mi vida y para mí siempre ha sido un maestro. Diez años después, un amigo mío decidió hacer un festival de las obras de este maestro y me invitó para dirigir una de sus obras preferidas porque el propio Foreman así lo quería. Y claro, tuve miedo porque Foreman es un gurú, un maestro y una estrella para mí. Es una persona muy directa, pero muy honesta. Por aquella época estaba trabajando con unos actores con los que tenía confianza porque ya habían trabajado conmigo durante unos años. Al ser una obra tan difícil, decidí no preocuparme por ella, sino experimentar con el elenco. Pensé en crear siguiendo mis instintos, sin saber y sin criticar. Era un riesgo para todos nosotros, porque no teníamos ni idea de qué estábamos haciendo en realidad. Simplemente encontramos momentos y poco a poco construimos un mundo. Por ello decidí no invitar a nadie al estreno. El productor me llamó y me dijo que Foreman vendría al estreno. Yo me negué porque no sabía qué habíamos creado exactamente. Según el productor, no me podía negar a que el autor asistiese al estreno de su propia obra. Al llegar el día del estreno, el maestro Foreman se encontraba en el teatro. Yo le pregunté por qué había venido; a lo que él respondió que no me preocupara ya que él mismo había hecho muchos espectáculos cuando no había nadie en el público. Sin embargo, allí estaba él, junto a un crítico importante del Village Voice y otra persona que no conocía. El teatro se encontraba en Nueva York. Era un teatro muy pequeño, subterráneo; en él solo cabían unas veinte personas. Los  cuatro actores que había en el escenario se encontraban a escasos pasos del púbico, entre ellos Foreman situado en la primera fila. Yo me escondí por detrás del escenario, esperando a que terminase el espectáculo y a que todos los asistentes se marcharan. Foreman, sin embargo, se quedó en el teatro. Yo necesitaba salir a fumar y en ese momento Foreman me cogió por el brazo y me preguntó si realmente yo había llevado a cabo la dirección de ese espectáculo. Yo le respondí que sí. A él  le costaba creerlo, pues me había conocido en mi faceta de actriz. Yo le di las gracias por haber venido y me despedí de él. Aun así, él no me soltó del brazo, pues quería decirme lo buenísima que le había parecido la representación. Al día siguiente, el teatro estaba lleno. Yo no podía creer que tanta gente viniera a ver mi espectáculo porque no había llamado a nadie. Entonces pregunté a la gente por qué había venido y cómo había sabido de la representación. Fue Foreman quien los había llamado, diciéndoles que tenían que ver esa producción. Desde luego él ha sido como un mentor para mí, me apoyó mucho. Y era para mí, además, un momento para seguir mi propia voz como artista, a raíz de que alguien como él me animara a seguir. Podría decir que sí disfruté con este proyecto en el sentido de que arriesgué con personas de confianza. Y sí, también me he sentido satisfecha, pues me dio la confianza necesaria para seguir mi propia voz, aunque haya gente a la que no le guste lo que hago. Pero yo lo acepto, porque lo que  hago no es necesariamente para todos.

Hemos visto que en el año 2000 produjo Hamletmachine, ¿nos podría decir en qué consistió y cómo fue el proceso de adaptación de la obra de Hamlet?
- El texto tiene ocho páginas y yo lo reduje a dos, pues no podía incluirlo todo. La gente me pregunta por qué no fui capaz de incluir todo el texto si solamente son ocho páginas. La verdad es que es un texto muy fuerte. Cuando yo tenía veinte años, y al lado del mismo teatro en que estaba trabajando con Richard Foreman, Robert Wilson estaba haciendo Hamletmachine, una producción muy importante. Yo la vi y no me gustó nada, a pesar de que me encantó el texto y de que soy una fan de Wilson. Entonces aseguré que algún día haría esa obra porque lo que había visto había sido horrible. Sin embargo, al entrar en los ensayos me arrepentí, porque la obra era muy difícil. El propio dramaturgo vino desde Berlín para verme unos días antes del estreno. Asistimos a una cena muy formal con gente muy importante. El escritor y yo queríamos hablar, pero no podíamos porque todos estaban asombrados ante la gran importancia de Wilson. Finalmente, él se dirigió a mí para decirme que la obra trataba de Ofelia. Yo le respondí que no se preocupara porque, aunque el título de la obra es Hamletmachine,  yo ya sabía que el tema era Ofelia. Esto era muy difícil, casi me mató. Cada año, enseño esta obra a los alumnos de mi curso de maestría de teatro experimental, y les digo: “Tomad vuestro tiempo cuando leáis la obra: leed una página y descansad 20 minutos”. Ellos, en un principio, se lo toman a broma, pero les digo “es tan fuerte el texto, que necesitaréis descansar como os digo”.

Hemos visto que ha dirigido espectáculos en muchos países, ¿cómo ha sido la interacción con actores de diferentes idiomas?
- Para mí es un regalo enorme. Siempre busco irme fuera porque es otro riesgo para mí. Esto se debe a que estoy buscando constantemente cosas nuevas, yo no puedo estar relajada. Los idiomas, las culturas; todo ello me empuja a encontrar nuevas cosas y, además, yo puedo aprender muchas cosas de los demás. Esto es lo que busco… aprender. Yo no solo quiero dar, sino también recibir.

¿Qué faceta de su carrera le gusta más?
- Un pintor trabaja solo, un escritor trabaja solo, el teatro necesita gente, y esta es mi parte preferida.

¿Qué directores y actores son sus preferidos?
- Pina Baush es la diosa. Su muerte ha sido una pérdida enorme para el mundo del teatro.  Richard Foreman, como ya he dicho, fue mi maestro y cambió mi vida. Yo le he llegado a decir que él es mi padre, artísticamente hablando. Otro es Robert Wilson, también trabajé con él, es un maestro increíble. Estos tres han cambiado mi vida, y les estoy muy agradecida. Trato siempre de seguir su ejemplo, pero nunca copiar su trabajo. En España hace tres años que trabajo con Joan Font, director de Comediants, que tiene un trabajo completamente distinto al mío, pero nos llevamos muy bien. Él vino a ver mis proyectos, sabe que tenemos una estética completamente diferente, pero sabe que tengo formación en Lecoq, en máscara, en comedia del arte; juntos trabajamos en ópera y ambos aprendemos uno del otro, nos complementamos. Él tiene más experiencia profesional y gracias a eso yo aprendo muchas cosas; sobre todo me enseña a manejar los egos de los cantantes.

¿Es partidaria de las actualizaciones de los clásicos o es, más bien, conservadora?
Cuando me enfrento a un clásico no me fijo en el texto, en la manera de escenificar clásica, sino que busco utilizar las estéticas contemporáneas para dar a conocer los clásicos, en tanto que son universales del ser humano; son atemporales. La gente de la calle necesita, o eso creo, estéticas de hoy en día para entender el mensaje de los clásicos.

¿Cuál ha sido la obra que más le ha impactado en su vida? ¿Por qué?
Einstein on the Beach, de Robert Wilson y Philip Glass, la he visto dos veces. ¿Y por qué? Porque es una de las obras más importantes de nuestro tiempo. Es buenísima.

¿ Cómo ve el panorama actual del teatro?
- Yo estuve en una conferencia de Richard Foreman. Vi por Internet que iba a hacer una entrevista con un crítico muy importante y todos los jóvenes directores vinieron a escuchar al maestro a hablar del teatro. Este crítico le pidió cuál era la panorámica del teatro hoy en día. Foreman contestó: “¿por qué me pide esto tan idiota? A mí no me gusta el teatro, me aburre la mayoría de cosas que veo, son tonterías”. Todo el mundo se sorprendió. Sin embargo, yo compartía su opinión porque en las obras teatrales actuales no hay riesgo, no hay provocación.

¿Qué cree que diría Shakespeare si levantara la cabeza?
- Shakespeare podría ser un hombre de musicales, de Broadway imagino.

Hemos visto que no para. Usted… ¿duerme? (risas)
- Tuve un profesor, Philippe Tie, a quien un día le preguntaron: ¿qué problemas tiene usted actualmente? Y él contestó: el problema es que tengo que comer y no me gusta pararme para comer, ¿para qué? Dormir, comer, lavar la ropa... Hay que fumar y trabajar. ¿Para qué dormir? Hay una vida, y es corta; no dura mucho.  Tenemos que aprovechar todas las posibilidades que hay.

Muchísimas gracias por todo.
- Muchas gracias a vosotros, y gracias a la Dra. Patricia Trapero ya que sin ella esto no habría sido posible.






No hay comentarios:

Publicar un comentario